miércoles, diciembre 16, 2009

VIDEODROME*58

"LA VIDA EN UN HILO"
1945,EDGAR NEVILLE

"Allá por el año 1944 se me ocurrió de repente un argumento: era 'La vida en un hilo'. Siempre me ha preocupado la influencia decisiva que tiene la casualidad en nuestras vidas." (Neville, 1969)

Edgar Neville vivía un feliz momento creativo cuando decidió producir, además de escribir y realizar, esta comedia que en 1959 se convirtió también en obra teatral. No era el más popular de los autores, si de taquilla hablamos, pero acababa de estrenar la intriga gótica "La torre de los siete jorobados" y la idea de tratar en clave de humor un tema como el del azar movilizó de nuevo su pluma y algo también de su fortuna personal.

El guión fue escrito en unos cuantos días, entrado el otoño de 1944. Teniendo en cuenta que la historia pergeñada por Neville incluía un contundente varapalo a la burguesía inmovilista y gazmoña de la España de posguerra, sorprende que en noviembre de ese mismo año el guión pasase censura sin mayores problemas. El censor, que firma F. Ortiz (Expediente Nº 316-44), reconoce que el film "está concebido con originalidad y llevado con gracia e interés", pero se permite sugerir, "para evitar posibles reparos", algunas recomendaciones.

Aconseja evitar que pueda atribuirse al personaje de Madame Dupont categoría de adivinadora, y sugiere dejar más claro que sólo posee "facultades simplemente imaginativas". Al censor le preocupa también "que pueda aparecer como tesis de la película el que las personas llenas de virtudes son las rancias y aburridas, las que carecen de las facultades de hacer la vida amable a las gentes con quienes viven". Intranquiliza asimismo al señor Ortiz el que la felicidad dependa "de esas puras coincidencias".

"La vida en un hilo" pasa, sin embargo, esta censura previa, como superará más tarde la que sufre la película (en febrero de 1945) una vez terminada. Sin cortes, a pesar de que es evidente que Neville no ha seguido ninguna de las "amistosas" recomendaciones que, por otro lado, se cargaban la idea que fundamentaba el proyecto entero.

El 27 de noviembre comenzaba el rodaje, que termina el 3 de enero de 1945. En febrero "La vida en un hilo" ya está montada y se estrena en el cine Capitol el 26 de abril de 1945.

Hay que creer a Neville (op. cit.) cuando dice que estaba tan seguro del éxito que decidió producir él mismo la película, invirtiendo dinero propio y un préstamo bancario, además de las 261.857 pesetas concebidas en crédito por el Sindicato Nacional del Espectáculo. No fue una obra de gran presupuesto, aunque no parece que, pese a lo que el propio autor sostuvo (op. cit) en algún momento sobre la evidencia en pantalla de la falta de recursos técnicos y económicos, esto marcara de algún modo irreparable una producción tan sólidamente apoyada, entre otros elementos, en la viveza e ingeniosidad de los diálogos, hecho que evita, por ejemplo, que escenarios tan espacial y dramáticamente limitados como los de la escena del interior del automóvil resulten de efecto claustrofóbico.

En cualquier caso, es totalmente improbable que ésta fuera la razón de la corta carrera comercial de "La vida en un hilo" en los cines (en su estreno madrileño: 11 días; en su primer reestreno: 21 días). De nuevo es su autor quien explica que la distribuidora no invirtió ni un céntimo en publicidad, que "la presentó de cualquier manera (...) sin saber que tenía un filón" (Pérez Perucha, 1982). Hay alguna discrepancia en cuanto a la recepción del film. Neville asegura que "la gente lo pasó muy bien durante el estreno" (Neville, op. cit.) pero se habló también de que hubo exhibidores que devolvieron la cinta porque la gente se iba del cine: no comprendían cómo Conchita Montes podía estar casada a la vez con Guillermo Marín y Rafael Durán. Es posible tal reacción. La brillantez y sofisticación de la alta comedia de Neville, ese ritmo feroz de los ocurrentes diálogos, sus ingredientes de relato fantástico, debió contrastar vivamente con las comedias más convencionales que, fueran de la nacionalidad que fueran, se exhibían en ese momento en las pantallas españolas.

Es cierto que, en general, obtuvo buenas críticas, pero acaso le faltó ese "público muy refinado, muy ágil para recoger matices" (Primer Plano, nº 2, 27 de octubre de 1940) que Neville encontraba entre la consolidada clase media europea, pero que echaba de menos en la España de los 40 "porque el escalón entre las clases elevadas y el pueblo llano es demasiado profundo para que éste se interese de lo que les ocurre a los otros" (Primer Plano, nº 315, 27 de octubre de 1946).

"La vida en un hilo" es, no sólo, uno de los films en el que se reconoce mejor al fino humorista y al creador de no menos refinado ingenio que era Neville, sino también una obra de sorprendente modernidad, tanto por el asunto como por su tratamiento, inéditos en la época, que es claramente la clave de su resistencia al paso del tiempo y la razón por la que merece figurar entre las mejores comedias que ha producido el cine español.

Sobre todo esto, la comedia de Neville es única y singular por la audacia insólita de su crítica explícita a algunos de los valores más vigentes de ese momento en la España recién salida de la guerra. Por tanto, intemporal, pero al mismo tiempo precisamente datada. Ya la elección del género, una comedia fantástica sin rastro de espíritu ejemplarizante, supone nadar a contracorriente. Además propone Neville un argumento desdramatizado y provocador: el azar y su influencia sobre los pequeños acontecimientos que deciden vidas y destinos.

La idea da pie a una historia en la que se suceden y confunden la vida real y la vida potencial de la protagonista. Dos mundos: retrógrado y aburrido el primero, abierto y desenfadado el segundo, que el autor identifica con dos "especies sociales" representadas por los dos hombres, Ramón y Miguel Ángel, que irrumpen en la vida de nuestra heroina.

Lejos de la tragedia y de palabras solemnes como el destino o la fatalidad, Neville trata el asunto de forma festiva ya desde la primera escena, cuando Mercedes deja atrás su luto y algunos de los más preciados recuerdos de su difunto marido. Y es este tono ligero, propio de esa comedia en la que se reconoce el aventajado alumno de un Lubitsch, el que le da paradójicamente más eficacia a las cargas de profundidad contra la sociedad y los valores de esa "casta", de "corsé interior", en palabras de Conchita Montes (Perez Perucha, op. cit.), que representa a la perfección la casa-catafalco de Ramón.

Pero va más allá Neville en su carga envenada, porque llevando a Mercedes de un mundo a otro, lo que fue y lo que pudo ser, del gris al technicolor, termina por descubrir ambos en el interior de sus personajes y desde luego en el de su protagonista. No puede tener otro sentido lo que dice Mercedes hacia el final de la película: "La vida que llevaba (con Miguel Ángel) era muy parecida a la que tuve con Ramón, solamente pequeños detalles, atenciones, simpatías, que era lo que le daba otro tono y otra felicidad".

Es en ese instante cuando Neville deja de hablar de casualidad y comienza a hablar de causalidad. Porque la elección de Mercedes no es fruto de un hecho fortuito, sino del principio de realidad, o mejor, de la búsqueda de certidumbre, aunque el tiempo se cobre la falta de riesgo haciéndola víctima de la más frustrante de las previsiones. No es otra cosa lo que opone a dos tipos como Ramón, el hombre real, y Miguel Ángel, la producción idealizada de una mente femenina, que no son más de lo que en diferentes tiempos, a veces sobreimpuestos, como en la escena de la boda, o desdoblados, como en la escena final del baile, espera Mercedes de ellos. Porque al fin no se trataría tanto de la relación entre las "pequeñas causas y los grandes efectos", del peso del azar en los acontecimientos que marcan definitivamente nuestras vidas, como de hablar de un tema no menor como el deseo y la realidad.

No se puede olvidar la contribución de los actores al feliz resultado de "La vida en un hilo". Conchita Montes, compañera de vida y obra (hasta doce películas en común) devuelve con creces a Neville la confianza que éste deposita en ella, y Guillermo Marín y Rafael Durán, junto a un grupo de esos fiables secundarios que nunca faltaron en el cine español, confirman la fama de Neville como buen director de actores.

El guión es a todas luces espléndido, tanto por la imaginativa solución con la que solventa el tránsito entre planos temporales diferentes y entre vida real y vida virtual de la protagonista, como por sus brillantes diálogos, que logran, por ejemplo, que se despliegue todo un mundo en el angosto espacio del interior de un automóvil. Recursos fílmicos como la utilización de la elipsis (el anuncio de un plan higiénico de vida que se autoaplica Ramón y el encadenado con el luto de la familia) son comparativamente menos interesantes que el trabajo con el ritmo narrativo para distinguir ambientes y situaciones contrapuestas, de tan efectivos resultados como el de las escenas en la casa de Ramón, durante las veladas familiares, que producen el efecto de filmación en tiempo real, y que demuestran, en todo caso, el perfecto ensamblaje entre creatividad y sabiduría profesional que confluyen en "La vida en un hilo" y en su creador, Edgar Neville, que disfrutó haciendo cine, su cine, y eso se nota...